No pocas fueron las mujeres y luego los hombres que alrededor del mundo abrazaron la causa feminista, pues esta prometía el fin de la opresión de las mujeres y la creación de sociedades más igualitarias e inclusivas, que pusieran fin al legado patriarcal de las sociedades modernas. Diversas e incluso opuestas fueron las perspectivas e intereses de la primera a la tercera ola feminista, que pasaron desde clamores como: “no le den votos a los negros dénoslos a las mujeres blancas”, ostentados por la primera ola feminista en su lucha por el derecho a votar de las mujeres, pasando por famosas frases como la de Marilyn French de acuerdo a la cual “todos los hombres son violadores y eso es todo lo que ellos son. Ellos nos violan con sus ojos, sus leyes y sus códigos.” Sin embargo, de estas posiciones radicales, se paso a posiciones mucho mas mesuradas y consecuentes como la de la tercera ola, que sin abandonar aquello que estaba en la base, la lucha para acabar la opresión de la mujer, trabaja en contra de prácticas de discriminación y exclusión que no solo incluye a las mujeres, sino también a los inmigrantes, indígenas y minorías sexuales. Con todo lo mencionado es necesario resaltar que a pesar de las dificultades y las contradicciones internas del feminismo, no fueron pocos sus logros. Con el eslogan de “lo personal es político,” el feminismo contribuyo a que asuntos que tradicionalmente se habían visto como problemas privados y se habían resuelto al interior del hogar, como la violencia domestica o la inasistencia alimentaria, se volvieran asuntos políticos que requerían la intervención del estado. No menos importante fue la educación y la legislación que convirtió el acoso sexual en una herramienta en favor de la des-objetivación de la mujer como un objeto sexual y contribuyo en no poco a que estas pudiesen llegar a posiciones de poder que antes habían sido reservadas exclusivamente para los hombres. Sin embargo las cosas poco a poco comenzaron a cambiar. Las hijas de las mujeres que habían dedicado su vida a que la mujer fuera más que un objeto sexual, que estuviese en igualdad de oportunidades con los hombres, ahora recorrían las calles con sudaderas con logotipos explícitamente sexuales, como “juicy” o “do you want a ride” que desvirtuaban la lucha de la generación anterior. Como si las banderas de la lucha por los derechos de la mujer no hubieran hecho su tránsito de la generación precedente a la actual, como si todo hubiese sido en vano. Sin embargo, ese retorno a los valores chauvinistas no fue propiciado por hombres retrógrados que se negaban a la libertad y la libre expresión de las personalidad de las mujeres. Ni por la necesidad de volver a una sociedad tradicional en la que mujer estuviese en casa y tuviese que “dedicarse a los hijos y el marido.” Esta vez fueron mujeres, que en nombre de la independencia y la liberación femenina, decidieron resituar a la mujer como un objeto sexual, es decir, utilizando los logros del feminismo, su lenguaje y sus ideales le asestaron un golpe fundamental, no por demostrar el feminismo como anejo, contradictorio o innecesario, sino por crear las condiciones objetivas de su inexistencia desde el interior del mismo feminismo. Este fenómeno, que ha generado cambios y modificado la percepción de la mujer particularmente en los últimos anos, es referido por Ariel Levy como “raunch culture”. Según Levy “raunch culture” es la norma según la cual todas las mujeres empoderadas tienen que ser excesivamente sexualizadas de manera pública, y la única señal de sexualidad que parecemos capaces de reconocer es una alusión directa a red light entertainment. En ese sentido, lo que Levy refiere como mujeres chauvinistas, es simplemente mujeres que han abandonado su femineidad para adoptar valores y perspectivas tradicionalmente asociados como masculinos; dentro de esta perspectiva, stripping es tan valorado para mejorar la situación de la mujer, como mejorar la educación o soportar a las víctimas de violación. En ese sentido, el hecho de que mujeres hayan accedido a instancias de poder económico y político no quiere decir que la situación de la mujer haya mejorado, por el contrario, estas mujeres que han accedido a estas instancias de poder promueven visiones en las que la mujer es un objeto sexual, y progresar en la vida, bien sea por la fuerza del intelecto o unas caderas y unos senos bien puestos son igualmente validos, pues lo que importa no es como se progresa, si durmiendo con la junta directiva de la empresa, o escalando posiciones en una permanente muestra de capacidad y habilidades. No se trata de moralismos, cada quien puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana, pero hacer ello en nombre del feminismo es lo que parece cuestionable cuando menos.
Sin embargo, lo que sí es de facto cuestionable es que esa visión haga carrera y mujeres jóvenes vean en su cuerpo la única posibilidad de abrir puertas siempre y cuando ellas hagan lo propio con sus piernas.
No se trata de que las mujeres hayan vuelto a ser abiertamente obligadas a seguir unos patrones predefinidos por la sociedad, se trata de que ellas deben seguir esos patrones, pero no desde una imposición abierta que en nombre de la religión, o la tradición, hace a las mujeres súbditos objetos de los deseos masculinos, sino desde un proceso subterráneo, que a un nivel inconsciente hace ver como positivo y deseable la objetivación sexual de la mujer. Por ello es que algunas mujeres comenzaron a matricularse en strip dancing y a seguir a las actrices porno como el modelo a seguir, no solo en la manera como el sexo debía ser practicado, hasta el punto que el libro, “como hacer el amor como una estrella porno” de Jenna Jameson, llego a ser el más vendido en los estados unidos por varias semanas. Sin embargo no es solo la aproximación a la sexualidad la que estaba cambiando. Poco a poco y quizá sin que nadie lo notase, mas y mas mujeres pretendían verse como estrellas porno, no ya en la tradicional imagen del cabello desteñido, los senos desproporcionados y los zapatos de plataforma de doce centímetros, sino a través de operaciones quirúrgicas a las cuales las mujeres se siguen sometiendo para que sus vaginas se vean como aquellas de las estrellas porno, sin importar amplia evidencia según la cual esta clase de intervenciones quirúrgicas puede afectar no solo la sensibilidad, sino también la posibilidad de un parto natural. Sin embargo el fenómeno va más allá de la pornizacion de la vida diaria, pues como lo señala Levy, se trata de una aproximación a la sexualidad según la cual esta es una moneda de cambio, un objeto que se da o se intercambia a cambio de aceptación social y pertenencia. O por lo menos así es como es interpretado luego de entrevistas y análisis realizados a niñas de once y doce años que aceptaron tener relaciones sexuales con jóvenes de cursos más avanzados, no en la búsqueda de un placer hedonista o la exploración del cuerpo, sino como objeto que ellas dan, a cambio de ser socialmente aceptadas en los grupos a los que sus compañeros sexuales tienen acceso. Es decir, no es placer, ni curiosidad, ni el deseo de explorar, lo que lleva a estas jóvenes a tener su primer experiencia sexual, que al decir de estas jóvenes no había sido placentera, lo que las lleva a esto es una necesidad de pertenecer a algo, de ser socialmente aceptadas, de mostrar que han crecido, sin embargo, en el trasfondo, lo que en realidad esta es una confusión entre el deseo de atención y el deseo sexual.
Se puede o no estar de acuerdo con los planteamientos de Ariel Levy, pero lo que no se puede pasar por alto es que la discusión sobre feminismo, sexualidad y objetivación de la mujer deben ser replanteadas y analizadas para ver que de positivo y negativo tiene esta amalgamada visión de feminismo que Levy llama “raunch culture” en las realidades objetivas de las mujeres, la relación con su entorno y las implicaciones en la autoestima femenina.
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