Sorprendido por la acrítica aceptación de los hechos que condujeron a la muerte de Raúl Reyes, el pasado fin de semana le envié a varios amigos un artículo del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince publicado en revista Semana en el que se cuestionaba la validez de la percepción según la cual todo se vale. Para mi sorpresa la mayoría de respuestas asentían que todo se valía. Todos los mecanismos eran legítimos con tal de acabar con la guerrilla.
Sin embargo es necesario tener en cuenta que la violencia independientemente del bando que la ejerza y el valor supremo en el cual se pretenda justificar su necesidad, es violencia, y una masacre como la que acabo con la vida de Raúl Reyes no tiene nada de diferente a las masacres perpetradas por la guerrilla o los paramilitares. En el mismo sentido, la mutilación de un cuerpo por sugerencia del ejército colombiano -el caso de Iván Ríos- no tiene mayor diferencia con las mutilaciones llevadas a cabo por los grupos paramilitares o por la guerrilla. Todos estos son actos de violencia que en nombre de un “futuro mejor” y el apoyo de los “colombianos de bien” elimina a aquellos que se oponen al predeterminado “rumbo” que el país debe seguir. Como es posible que el Estado colombiano condene públicamente las violaciones de las leyes de la guerra cometidas por la guerrilla, pero justifique con sonrisa triunfante las propias.
¿No era el Estado colombiano el que condenaba a la guerrilla por practicar todas las formas de lucha?
¿No es precisamente esa la praxis del Estado colombiano hoy?
¿No era el Estado colombiano el que condenaba a la guerrilla por practicar todas las formas de lucha?
¿No es precisamente esa la praxis del Estado colombiano hoy?
Se hace preciso anotar sin embargo, que contrario al “furor” popular, no son nuevas estas medidas. Ya una vez Colombia ensayo el todo se vale cuando ataco a un grupo de campesinos que pretendía defenderse de la violencia partidista de ese entonces en Marquetalia y Patio Chiquito y el resultado, contrario a las intenciones del gobierno de ese gobierno fue la creación de las Farc y el E.L.N. Lo único que queda claro del fervor anti-Farc es que Colombia no ha aprendido la lección. Que el país se niega a aprender de su historia y continua repitiéndola en un nietzscheano eterno retorno que como dijera Deleuze es diferente cada vez que se repite, pues los años pasan, los nombres de las víctimas y los verdugos cambian, pero las prácticas siguen siendo las mismas. Y lo peor de todo es que seguirán siendo las mismas, hasta cuando Colombia aprenda que una nación solo se construye desde el respeto y el apego a la ley, pues de lo contrario los hijos de los cabecillas de hoy serán los guerrilleros del mañana y las victimas de los excesos de la guerrilla de hoy serán los paramilitares de mañana. Si lo que el Estado colombiano pretende en realidad es parar la vorágine de sangre, eso no se consigue masacrando y descuartizando seres humanos por más Raúl Reyes o Iván Ríos que estos sean. De hecho lo poco que ha ganado Colombia con la muerte de esos miembros de las Farc, se ve escuálido con lo que se hubiese podido adelantar en los caminos de paz si estos hubiesen sido capturados en vez de masacrados y mutilados. Pero más para mal que para bien Colombia ha escogido un camino y ha escogido a las Farc como las responsables de todos los males que la aquejan, porque es más fácil culpar a las Farc, el E.L.N. o los paramilitares que propiciar los cambios para acabar con las realidades sociales, políticas y económicas que soportan estos grupos.